Una horca de ajos... rastra o ristra que también se llama. Pero en Soria -Berlanga lleva la fama y hasta el mote- siempre se dijo solamente "horca" que suele tener de 20 a 25 cabezas. Y su mucho mérito trenzarlas, ver convertido así, en limpio manojo, tanto puerro seco, casi hojarasca, es labor que requiere habilidad y costumbre. Vamos, que "ahorcar los ajos" no es un crimen corriente, que pueda hacerse sin oficio.
(Quiero hacer entender que la euforia del cosechero berlangués y la exhibición, un poco vanidosa, de su obra, se explica sola, y tiene el mérito que el hombre le da).
No todo va a quedar en el olor que muchos dicen que "es una peste". Y no solo quien los come, sino quien los maneja, despide ese fuerte y acre olor a ajos. Y no va a quedar tampoco, en su sabor picante, comidos crudos, que levanta las piedras. Sin embargo, entre las virtudes o condiciones medicinales del ajo, se cuenta la de ser uno de los más calificados depurativo s de la sangre.
Pero volvamos a la artesanía y técnica de las "horcas", a manera de collares vegetales, en el que las cuentas se llaman "cabezas" y las piezas de cada una de las cabezas, se dicen "dientes". Lo demás, el bramante, es la broza o los puerros secos. Pero es con todo ello: cabezas, dientes y puerros, con lo que se forman esas trenzas, que por llamarse así la del pelo de chicas y mozas, otros le llaman "coleta".
Gesto triunfal de otra horca terminada, en esa fábrica sin más maquinaria precisa que los dedos del hortelano y cosechero, que ha subido los ajos, en un seroncillo, desde los huertos del Escalote. Normalmente, para las horcas, se eligen las cabezas más gordas.
Y así se explicará el curioso, cómo entre los manojos de puerros eliminados, por inútiles, quedan piezas más pequeñas, porque no hacen juego ni tienen facha para presentarlas en el mercado y pedir por la horca veinte duros, que podrán ser hasta cinco duros menos. (Los ajeros no llevan precios fijos; queda todo a la baja en el regateo vendedor-cliente).
Y así se explicará el curioso, cómo entre los manojos de puerros eliminados, por inútiles, quedan piezas más pequeñas, porque no hacen juego ni tienen facha para presentarlas en el mercado y pedir por la horca veinte duros, que podrán ser hasta cinco duros menos. (Los ajeros no llevan precios fijos; queda todo a la baja en el regateo vendedor-cliente).
¿Y hay muchos artesanos de esta pericia de hacer del humilde -aunque caro- artículo bulboso, casi una obra de arte?.
Si habrá artesanos que en Berlanga y no sólo porque los producen, sino porque así los preparan, les llaman LOS AJEROS...
Texto del libro Memorial de Soria II (1985), con fotografía de M. Lafuente Caloto.