La antiguedad de Berlanga se remonta a los tiempos romanos. Sin embargo, no se puede señalar con propiedad el comienzo de su historia hasta la época árabe. El único vestigio cierto que se refiere la primitiva Berlanga a tal período, es el de su antiguo nombre. Augusta Valeránica llamaron los romanos a la pequeña población, en memoria de Valerio, el emperador que la hizo colonia romana. Este nombre había evolucionado ya en la época en que escribe el arzobispo Jiménez de Rada, quien al referirse a la villa, repite siempre la misma advertencia: "Valeranicam quae nuc Berlanga dicitur".
Las primeras noticias ciertas de Berlanga datan de los últimos años del siglo X, durante las guerras árabes. En esta época era muy importante su castillo, que estaba en relación con el de Gormaz, con la Atalaya de Rello y las fortalezas de la Riba de Santiuste y Atienza.
 
Situada Berlanga en la orilla del Duero, línea fronteriza durante un largo período de tiempo, fue alternativamente saqueada y destruida por moros y cristianos.



Durante los años transcurridos desde su conquista por Almanzor hasta su recuperación por Fernando I de Castilla y de León, Berlanga fue restaurada por los árabes, que la tenían en gran estima a causa del valor estratégico de su castillo. Esta fortaleza era un punto fuerte a la entrada de la sierra, valladar natural que protegía una línea de castillos, desde donde aquellos hacían sus correrías por las tierras llanas. De esta época debe ser el acueducto, cuyos restos aún se aprecian en la falda del cerro del Castillo.
 
De su conquista por D. Fernando habla con precisión el Silense. Aquel monarca, después de la toma de Coimbra, se dirigió contra los moros que "de Cartagena y Zaragoza, infestaban la parte de Castilla situada junto al Duero". Conquistado por Fernando, en breve tiempo, el castillo de Gormaz (dice el Cronicón, número 91), fue contra la ciudad de Berlanga, que protegía a los demás castillos de alrededor, pero los moros de aquella ciudad, temiendo ser completamente sitiados por los cristianos, huyeron dejando abandonados mujeres y niños.
 
Más tarde debió caer Berlanga otra vez en poder de los moros, que la retuvieron hasta el año 1080, en que Alfonso VI la hace suya, con otras fortalezas cercanas, conforme va preparando la conquista de Toledo.
Alfonso VI donó la villa de Berlanga al Cid, según refiere el Padre Minguella. "Dícese cuenta dicho autor que en 1089 quiso el Cid Don Rodrigo Díaz de Vivar, reiterar
personalmente su adhesión a Alfonso VI, y que fue recibido en Castilla con grandes honores, haciéndole el monarca donación de varios castillos, entre ellos los de Briviesca y Berlanga." El Cid fue el primer señor de la villa al serle entregada por Alfonso  VI por juro de heredad.
 
Sin embargo, después de las repetidas incursiones de moros y cristianos, y habiendo estado dominada por unos y por otros, sucesivamente, durante todo el siglo XI quedó Berlanga casi desierta y asolada. Después la villa pasó de nuevo a manos de la corona y fue Alfonso I, rey de Aragón, quien acometió la empresa de su colonización. Este monarca, que había casado con D Urraca, hija y heredera de Alfonso VI de Castilla (conociendo su importante situación, apenas tomó las riendas del poder en 1108, repobló Berlanga, al mismo tiempo que Almazán, Soria y Belorado.
 
En el siglo XIII, Berlanga, tuvo como señor al Infante D. Enrique, hijo de San Fernando. Algo más tarde estuvo en posesión del Infante D. Pedro, hijo de Sancho IV el Bravo.
 
A fines del siglo XV, la casa de Tovar se une a la de Frías, por el matrimonio de D. a María de Tovar con D. Iñigo Fernández de Velasco, segundo Condestable de Castilla.
 
Durante la Edad Media, hubo en Berlanga un núcleo judío, que en el siglo XIII se componía de unas cien familias. Los judíos, mientras duró la tolerancia, autorizada en el siglo XIII por Las Partidas, vivieron en paz con los habitantes de la villa; situación que se prolonga hasta que empezó a actuar en Castilla el Tribunal de la Inquisición. En Berlanga, habitaron un barrio que llevó el nombre de Judería, cuyos restos se llaman hoy Yubería, y que se extiende, después de pasada la puerta de Aguilera, entre el Mirador de las Monjas y el Jaraiz. De la época de las ejecuciones ha quedado, a la entrada de la villa, por la carretera del Burgo, un bello rollo gótico, con el escudo de Berlanga, levantado en las eras de la Soledad.
 
La villa de Berlanga grabó en su escudo de armas la memoria de un suceso que causó gran escándalo en la España cristiana del siglo XI: el ultraje que padecieron las hijas del Cid de sus esposos los Condes de Carrión, en los campos de Berlanga. En el escudo, el delito de los Condes está representado y simbolizado por un oso que ataca una colmena esa concentración de riquezas, arte, monumentos do de Berlanga, al tomar la villa por patrona a Santa Catalina de Alejandría, por la rueda de cuchillos del martirio de la Santa.
 
Para nuestra mentalidad actual, resulta extraña esa concentración de riquezas, arte, monumentos y palacios distribuidos por las pobres tierras de Castilla. Sin embargo, si nos damos cuenta de la radical diferencia existente entre el señor feudal, el noble guerrero y el pacífico dueño actual de haciendas y alquerías, se comprende que fuera precisamente en Castilla, tierra campamental y sagrado solar originario de la unidad patria, donde los señores edificaran sus castillos y más tarde sus palacios para descanso y retiro, al final de sus azarosas vidas.
 
Por lo que se refiere a Berlanga, todo cuanto representa suntuosidad, fue obra de los grandes señores que en ella fijaron su residencia.
 
Con la unión de las casas de Tovar y Velasco Berlanga se vio favorecida con magníficas
construcciones, y así casi todo el tesoro artístico de la villa data de aquel tiempo.
Texto publicado en la primera época de Revista de Soria, n 1, 1967

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